Después de su debut, Kanye no solo se conformó con el éxito, sino que lo elevó a otro nivel. Late Registration (2005) mostró un lado más orquestal y detallado, con arreglos de Jon Brion que le dieron una profundidad increíble. Pero fue Graduation (2007) el álbum que lo catapultó a la cima.
Aquí es donde Kanye West se convirtió en una superestrella global. La batalla contra 50 Cent en ventas fue histórica: Graduation vs Curtis, y Kanye ganó con facilidad. Su sonido era más electrónico, más futurista, con himnos como Stronger y Flashing Lights que llevaron el rap a nuevos terrenos.
Luego vino 808s & Heartbreak (2008), el álbum que definiría el sonido de una generación. Con su madre recién fallecida y su compromiso roto, Kanye transformó su dolor en arte, usando el autotune como herramienta expresiva y explorando un lado más melancólico. Sin este disco, artistas como Drake, Kid Cudi, Travis Scott y The Weeknd no sonarían como lo hacen hoy.
Y entonces llegó My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010). No hay otra forma de describir este álbum más que una obra maestra. Grabado en Hawái, con una lista de colaboradores absurda (Jay-Z, Kid Cudi, Pusha T, Bon Iver, Raekwon, Nicki Minaj…), Kanye creó un álbum cinematográfico, épico y grandioso. Cada canción es un evento, cada línea tiene peso, cada beat es inolvidable.
Este es el disco que solidificó su estatus como genio. No hay debate.
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